viernes, 1 de abril de 2011

Crítica: DEMONIOS EN LA PIEL

Encomiable esfuerzo y fallida elección

Cuando en el 2009 se estrenó la obra El señor de las moscas en el Teatro Julieta, el director Paco Solís Fuster y su joven elenco acertaron gratamente con un montaje que lograba maximizar el potencial de sus intérpretes, con la historia de un puñado de náufragos varados en una isla solitaria y su difícil aprendizaje por sobrevivir. Lamentablemente en el presente año, el grupo en mención (llamado Última Orilla) yerra parcialmente al elegir una pieza intimista, densa, compleja y estructurada en base a monólogos duros y feroces, que ponen en demasiada evidencia el destacable esfuerzo y el poco oficio de sus actores más jóvenes.

Demonios en la piel, término que remite a las arrugas del envejicido e incomprendido protagonista, es una de las mejores obras escritas por Eduardo Adrianzén, que aborda la vida del notable cineasta italiano Pier Paolo Pasolini (Patricio Villavicencio) durante la filmación de Los cuentos de Canterbury, una pieza menor dentro de su filmografía, su relación con la actriz Laura Betti (excelente Claudia Berninzon) y la aparición de tres jóvenes marginales, que aparecen de extras en una secuencia onírica de la película, que quedaría para la posteridad como una de las más crudas y salvajes del sétimo arte. Superior en muchos sentidos al homenaje a Lorca que resultó ser Sangre como flores, Demonios en la piel de Adrianzén logró, de la mano de Diego La Hoz y un inspiradísimo elenco, ser uno de los mejores montajes del 2007. Y todavía se le recuerda, por lo que podemos afirmar que Solís tomó un enorme riesgo al elegir esta pieza para su reestreno, que resultó un reto que su esforzado elenco no logra cumplir a plenitud.

La puesta en escena, nuevamente en el Julieta, muestra una acabada e impecable producción, con un cuidadoso diseño escenográfico y de vestuario, pero con un recurso multimedia no del todo claro, especialmente en las imágenes de un niño, que aparentemente sería o el mismo Pasolini o fragmentos de alguna de sus películas. Todo el primer acto resulta por ratos tedioso, a pesar de los esfuerzos de Villavicencio y Berninzon, con monólogos que pecan de superficiales y que no llegan a cuajar por la inexperiencia de los jóvenes actores. Felizmente, en el segundo acto, el montaje alza vuelo y suceden los mejores momentos, especialmente en la resolución, en la que cada pieza parece encajar coherentemente. Esta nueva versión de Demonios en la piel permite revisar una de nuestras mejores piezas biográficas, pero deja en claro la capital importancia de elegir la obra correcta para el recurso humano con el que cuenta un grupo de teatro, que es en el caso de la Asociación Cultural Última Orilla, un grupo de jóvenes con entrega, dedicación, energía y un enorme talento aún por pulir.

Sergio Velarde
01 de abril de 2011

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