jueves, 14 de septiembre de 2017

Crítica: EL ÚLTIMO VERANO

Lo que nos deja el último verano

El teatro Mocha Graña está presentando actualmente en temporada El último verano, pieza escrita por el dramaturgo peruano Cristhian Palomino y dirigida por Javier Merino. La obra nos cuenta la historia de dos colegialas y mejores amigas, Liz y Brisa, que en su último año de colegio recuerdan un hecho que las marcó unos años atrás: Emil, un muchacho con quien Brisa vivió la experiencia del primer amor. Él guardaba un secreto: sufría de esquizofrenia. A lo largo de la obra vemos la interacción de estos personajes y cómo es que a esa edad le hacen frente a problemas y situaciones cada vez más extremas.

El espectador, desde que ingresa a la sala, se da con una escenografía que pareciera que puede acomodarse para situarnos en diferentes lugares: paredes blancas, tres entradas y un piano en medio. Esta estructura fue la base para toda la obra, valiéndose de pequeños elementos y de las interpretaciones para llevarnos eficientemente de lugar en lugar. Como detalle, el uso de color blanco en la escenografía permitía que la iluminación envolviese completamente el espacio, creando la sensación de que la escena crecía en volumen en ciertos momentos de la obra.

La interpretación de los cuatro actores estuvo a la altura del montaje. En esta obra hubiese podido haber el peligro de llevar las características de la edad y de la enfermedad a un punto inverisímil o dibujado. Sin embargo, esta obra logró el justo medio, sobre todo en la relación de los tres personajes principales. El personaje de Emil, por ejemplo, llevó la interpretación de la esquizofrenia por el lado de un comportamiento acelerado, nunca se notó un esfuerzo extra en este tema. Los personajes de las chicas jóvenes, sobre todo el personaje de Brisa, lograron transmitir esa vivacidad de los 15 y 16 años que la obra requería. Me dio la impresión de que el personaje de Liz, sobre todo en el segundo acto, se volvió un poco plano, pues recurría a comportamientos un poco clichés hacia el final. Debo reconocer que quedé gratamente sorprendida por el personaje de Bianca y por cómo la actriz pudo interpretar a tres personajes, cada uno con características específicas, logrando un trabajo al que vale dar una mención honrosa.

La obra está estructurada en dos actos. Sin embargo, no noté que entre el primer y segundo acto se haya cuajado la obra completamente. Yo sospecho que en este caso el problema viene desde la dramaturgia: durante el segundo se da nueva información que, para la relevancia que termina teniendo dentro de la historia, no logra cuajar en el espectador porque hay muy poco tiempo para su desarrollo. Esto pasó en la aparición de Dianita, el último personaje que aparece en la obra que termina teniendo casi tanta relevancia como Emil.

El último verano es un montaje que toca temas de inclusión social y respeto, en un contexto de jóvenes que recién están aprendiendo a lidiar consigo mismos y a relacionarse. Si bien nos muestra una historia de mejores amigas y de jóvenes que se enamoran – algo que puede parecer típico –, la obra tiene mensajes que todo tipo de público podría ver. Se juega mucho con la relación entre un hecho traumático y la culpa que viene casi inmediatamente, la cual impide que uno mismo logre salir temporalmente de aquel hecho. Por ejemplo, Emil empieza el cuadro de esquizofrenia luego de la muerte de un familiar. Este juego se ve en el título: a pesar de que han pasado dos años desde que vivieron aquel verano, para Brisa y Liz aquel fue  “su último verano”.

Como ya mencioné, esta obra es sugerida para todo tipo de público. No nos dejemos llevar con la apariencia de que es una obra juvenil, a veces son precisamente esas obras las que terminan diciéndonos mucho más sobre cómo funciona una sociedad.

Stefany Olivos
14 de septiembre de 2017

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